¿Por qué ciertos olores nos hacen comer más?

¿Por qué ciertos olores nos hacen comer más?
Fecha de publicación
24 octubre 2025
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4 minutos

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¿Por qué ciertos olores nos hacen comer más?

Seguro que alguna vez has pasado cerca de una panadería y, de repente, has sentido hambre aunque no pensabas comer. El olor a pan recién hecho, a café recién molido o a guiso casero puede despertar el apetito de manera inmediata. No es casualidad. La ciencia ha demostrado que el olfato influye directamente en nuestro apetito y puede hacer que comamos más de lo que teníamos previsto.

En este artículo vamos a descubrir por qué ocurre esto, qué olores son los más poderosos y cómo podemos gestionarlos para no caer siempre en la tentación.

El papel del olfato en nuestra alimentación

El olfato está íntimamente ligado al gusto. De hecho, hasta un 80% de lo que percibimos como sabor proviene en realidad de los aromas. Por eso, cuando estamos resfriados y se nos tapa la nariz, la comida nos sabe “a poco”.

Cuando olemos un alimento, nuestro cerebro recibe señales que activan el sistema límbico, encargado de las emociones y la memoria. Es decir, un aroma no solo nos recuerda un sabor, también puede despertar recuerdos y emociones asociadas. Esa conexión emocional explica por qué ciertos olores nos hacen sentir hambre o incluso nostalgia.

Olores que despiertan el apetito

No todos los aromas tienen el mismo efecto. Algunos, por su composición química o por la carga cultural que arrastran, tienen un poder especial para estimularnos:

1. Pan recién horneado

El olor del pan es uno de los más universales a la hora de abrir el apetito. El calor libera compuestos aromáticos como la maltol y el furano, responsables de ese aroma dulce y tostado que nos resulta tan familiar.

2. Café recién hecho

El café no solo activa por la cafeína, también por su fragancia. Sus más de 800 compuestos aromáticos estimulan el cerebro y transmiten energía incluso antes del primer sorbo.

3. Tomate cocinado lentamente

Un sofrito casero desprende un aroma irresistible gracias a la combinación del tomate, la cebolla y el aceite de oliva. Ese olor, presente en tantas cocinas mediterráneas, nos remite a platos caseros y familiares.

4. Chocolate y repostería

Los dulces activan las áreas del cerebro relacionadas con la recompensa. El simple olor a bizcocho o chocolate caliente puede aumentar el deseo de comer, incluso si no tenemos hambre real.

La memoria olfativa: hambre por recuerdo

Otro factor clave es la memoria olfativa. El olfato tiene conexión directa con el hipocampo, la parte del cerebro encargada de almacenar recuerdos. Por eso, al oler una comida concreta, podemos revivir momentos de infancia o situaciones felices asociadas a ella.

Ejemplo: el aroma a guiso con sofrito puede recordarnos a la cocina de la abuela y despertar un apetito emocional, más ligado a la nostalgia que a una necesidad real de comer.

Estrategias de la industria alimentaria

No es casualidad que muchas panaderías liberen olores de pan recién hecho a la calle o que en los supermercados se ubiquen zonas de pastelería en lugares estratégicos. El marketing olfativo utiliza estos estímulos para incitar al consumo.

En restaurantes y cadenas de comida rápida, también se emplea esta técnica: olores intensos y fácilmente reconocibles que despiertan la sensación de hambre incluso en quienes no pensaban comer.

¿Podemos controlar estos impulsos?

Aunque los olores influyen en nuestro apetito, no significa que estemos indefensos:

  • Identificar el estímulo: reconocer que el hambre que sentimos es provocado por un aroma, no por necesidad real.
  • Respirar profundo y esperar: muchas veces la intensidad del estímulo disminuye en pocos minutos.
  • Planificar las comidas: si tenemos horarios estables y una dieta equilibrada, será más fácil resistir estos impulsos.
  • Aprovechar olores saludables: llenar la cocina de aromas de hierbas frescas, sopas o guisos caseros puede ayudarnos a comer mejor en lugar de peor.

La respuesta a por qué ciertos olores nos hacen comer más está en la unión de biología y emoción. El olfato activa nuestro cerebro, despierta recuerdos y genera apetito incluso cuando no lo necesitamos. Aromas como el pan, el café, el chocolate o el sofrito son auténticos detonantes de hambre.

Ser conscientes de este poder nos permite disfrutar más de la comida y, al mismo tiempo, aprender a gestionar mejor nuestras decisiones alimentarias. Porque al final, los olores no solo llenan la cocina: también influyen en nuestra mente y en nuestra relación con la comida.

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